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El astro rey había exhalado su último suspiro, arrebatando intempestivamente  sus benefactores y cálidos rayos de oro puro. Su acto final, pleno de colorido fenecía tras una jornada agotadora. Con el crepúsculo arribaban las primeras sombras oscuras y parcas de la noche. Figuras lúgubres y fantasmales que se esparcían por los insondables y furtivos rincones de  la ciudad, cubriéndola con su manto melancólico y rancio. Una ceremonia habitual que marcaba el límite entre la luz y la oscuridad y en determinadas circunstancias ente el cielo y el infierno. Por los sombríos callejones deambulaban personajes dispares, arrastrando tras de sí sus propias miserias.

En la esquina de Carlos Gardel y Paraguay, se deslizaba la delgada y encorvada figura de una mujer vistiendo los harapos de la más absoluta miseria. Caminaba calzada con la endurecida piel de sus pies desnudos, pisando con determinación el frio y húmedo asfalto. Su nombre compilaba el estigma que definía su vida: “Soledad”. Pocos eran conocedores de su verdadera historia, sin embargo la claridad de su mirada expresaba mucho más que sus calladas palabras. Si mirada vacía y ausente brillaba revelando la existencia de una fuerza interior inquebrantable y una fortaleza de espíritu que trascendía más allá de su humilde supervivencia.

Vagaba por las desiertas calles de la ciudad vigilando el eco de sus pasos perdidos. Inagotables rastros apilados del azaroso pasado de su derrotada travesía. Inmemorialmente, en los albores del tiempo, olvidados en el baúl de los recuerdos se almacenaban  sensaciones,  sonidos, pasiones, colores, mil visiones y sentimientos…  Evocaciones de su peregrina existencia sumergidas en la intrépida vorágine de un ayer que jamás había de tornar. Sin volver la vista atrás en su mente grabadas a fuego permanecían las vivencias de los momentos memorables y plenos, compartidos con el resto de la humanidad, con su mundo… ¡con su escaso y diminuto mundo!. Todas ellas le pertenecían, y jamás podrían serles arrebatadas ni por el tiempo, ni  por la marginación en la que subsistía, ni siquiera por la muerte, vinculándola ineludiblemente a la vida.

Esa noche Soledad parecía más vulnerable que otras; por momentos, sobresaltada miraba agudizando su visión adiestrada a la noche. Se detuvo varias veces oteando pausadamente la oscuridad inmensa que la rodeaba. Solo era audible el susurro de las ramas de los árboles mecidas por la suave brisa de la insipiente primavera,  anunciando su próximo arribo.  Con su inminente llegada  portaba sus alforjas henchidas de flores, colores, aromas, amor y paz. En el aire podía percibirse la bonanza de un nuevo renacer y el fin del gris y gélido invierno huyendo despavorido en busca de nuevos horizontes.

Giró a la derecha por Ejido hasta la calle Cebollatí, ya estaba cerca de casa. Desde el barrio Sur hasta Palermo había apenas unas pocas calles, pero ella sabía de los peligros que las mismas encerraban. Amparándose en su propia fortaleza avanzaba resueltamente en una búsqueda inquebrantable de su porvenir. Así se lo enseñó su adversa existencia. A merced de un mundo hostil, empeñado en enseñarle su bravura, desarrollo una personalidad que la caracterizó entre sus pares. A su paso solían murmurar “ahí va Soledad… la loca”. Loca sí, pero de dolor y de un punzante martirio que la perseguía atormentando su mísera existencia.

  Durante el día la acompañaba un tumulto multitudinario de individuos deambulando su propio destino, escribiendo su propia historia. En las silenciosas y misteriosas noches, no lograba intuirse ni un atisbo del eventual destino, únicamente la gran incógnita de una suerte de sueño aun por soñar. Recorrió con su mirada su maltrecha naturaleza posando sus ojos en sus cansados pies. Convertidos éstos en el motor que la impulsaba y deslizaban en el presente y en un ignorado porvenir.

Su presente, su realidad se desarrollaba sorteando obstáculos, resbalando entre los vaivenes de un cemento gastado, brusco algunas veces, adverso otras, pero casi siempre tapizado  por las dispares baldosas que favorecían su andar a tropezones y a tumbos en el zigzagueante camino de la vida. En el callejón encontró su “hogar” donde solía guarecerse de las frías noches invernales. Al igual que los animales salvajes, ella había delimitado su territorio. Una última mirada hacia el infinito produjo destellos en su agudizada mirada que indagaba escudriñando la oscuridad. Arrebujándose entre  edredones sucios y mal olientes, cerró lentamente sus ojos buscando el advenimiento del sedante y consolador sueño que acunara su cansada humanidad. La imágenes se sucedían unas a otras desfilando ante sus ojos cual largometrajes. Noche tras noche la visitaban las mismas visiones atormentando su alma y carcomiendo su espíritu y su razón.

            “Escarbando en el tiempo ¿Qué puedo ver?... solo una gran maraña sin desenredar de un pasado que jamás retornará. ¡Oh Dios mío si al menos pudiera desandar parte del camino! ¿Como hubiera sido mi existencia entonces?¿Acaso me he equivocado tanto y por ello estoy pagando una deuda incalculable? Abandone el reto sin siquiera presentar batalla… fui débil…”

El ruido audible de sus vacías tripas reclamando el alimento del cuerpo no le permitía conciliar el sueño. Ese día únicamente había ingerido la magra ración de una hamburguesa olvidada por algún niño en un banco del parque. Ella solía sentarse a contemplar las piruetas de los niños mientras corrían incansables y felices tras el balón o entonaban risueños sus canticos infantiles. Desde siempre le habían gustado los niños, no quería culpar a su mala estrella por no haber tenido uno, simplemente se había convertido en otra quimera. Sueños rotos, y mancillados por un mundo que le enseñó su faceta más adversa. Muchas veces debió soportar la burla, el escarnio y el hostigamiento cruel de sus almas inocentes y perversas, riendo escandalosamente de su pobre condición, de su aspecto deslucido y mísero. Una destemplanza que no acertaba siquiera a adivinar el pujante dolor que bloqueaba su corazón. Con los años aprendió a dominar sus emociones y a doblegar sus sentimientos. El torrente de sus lágrimas secó su cuenca un día cualquiera, hastiado de soportar la agitación árida que lo rodeaba.  Fue entonces cuando su rostro apareció tallado en piedra. Al verla nadie adivinaría jamás que tras su endurecido semblante se escondía un corazón blando, herido fatalmente por las flechas de un Cupido irresponsable. Una vez más se arrebujó en busca de Morfeo que se resistía a manifestarse. Por momentos su corazón galopaba desbocado dentro de su pecho pugnando por salir. Soledad aspiraba hondo, dejando que sus pulmones se hincharan del fresco aire nocturno y luego exhalaba lentamente dejando que su alma y su cuerpo se relajaran. Si bien su mente seguía vertiginosamente la alocada carrera delirante. Un alud de recuerdos agazapados se empeñaban en espiar la luz de su presente, pero el cortafuegos de su broquel los mantenía alejados envueltos en la telaraña del olvido. Un nuevo bostezo la sumergió en la cortina opaca del ensueño.

            “¡Oh, Dios…! ¡Qué maravillosa e inmaculada luz! ¿Donde se iniciará?. Aparece como un imán empujándome a rastrearle, quizás sea solo un espejismo provocado por la debilidad de mi cuerpo y el tiritar de mis enclenques huesos. No puedo resistirme a seguirle, mi voluntad va tras ese rayo luminoso. Intentaré levantarme. Solo un  pequeño esfuerzo… ¡Arriba Soledad, tú puedes! ¡Como me cuesta ponerme en pie!¡Dios mío y aún no he llegado al medio siglo!. ¿Qué me sucede?, siento renacer dentro de mí renovadas fuerzas, parecería que están deslumbrándome o quizás hechizándome con alguna especie de sortilegio. Mi cuerpo levita en el espacio, leve, tal como si alguien aligerara mi cuerpo y me sostuviese… Seguramente es solo producto de mi fantasía, probablemente soy víctima de una alucinación… Entre el delirio y la irrealidad de la situación me hacen vislumbrar un gran arco iris, tan grande y magnifico como jamás lo había visto antes. Es factible que  tenga fiebre, o estoy soñando despierta… ¡todo es posible!. ¿Qué es eso?, parece ser una gruta cubierta de espesa vegetación. ¡El verde es esplendoroso, escandalosamente frondoso! Una fuerza oculta guía mis pasos hacia su interior. Está oscuro, increíblemente no siento temor, una fuerza oculta me empuja dentro. Lo primero que observo al fondo es una inmensa cascada de aguas frescas y cristalinas que caen salvajemente. Las paredes de la gruta brillan reflejando irisadamente coloridos matice. Necesito palpar su textura y aprisionar su resplandor. Mis huesudas manos acarician la fría y lisa roca. .¿Roca… o piedra? ¡No es una roca! Es  piedra… ¡Es una mina de piedras preciosas!  ¡Estoy dentro de una gran caverna tapizada de brillantes! ¡Qué belleza Dios mío!, son puros, vírgenes… ¿Dónde me encuentro? ¿Es realidad o ficción?. Un ruido metálico atrae mi atención, giro intentando descubrir de qué se trata. Tras unos pocos pasos en el suelo rustico y raído encuentro un viejo marco conteniendo una amarillenta fotografía. Sin despegar los ojos de la imagen mi corazón comienza a palpitar frenéticamente, desafiándome con ahogarme. La imagen muestra dos rostros sonrientes, manifestando la felicidad en sus jóvenes semblantes devuelven a mi mente un cálido recuerdo. Es una ráfaga plena de aromas, brisas y emociones. Un velero mecido por las tranquilas aguas del océano Atlántico, en un día coronado por el dorado sol reinando soberano en el firmamento límpido de las islas vírgenes. ¡Oh Señor, cuantos recuerdos! El aroma marino impregna aun sentidos. De pronto siento que aún estoy navegando, el murmullo del mar, el aire caliente del verano y la suavidad de sus caricias aun viven en mi piel. ¿Cuántos años han pasado?, no lo sé parece que el tiempo se ha detenido y es hoy. La juventud divino tesoro, unida al amor… ¡Una mezcla embriagadora! Ningún ser humano debería pedir más que eso para ser feliz. ¡Si al menos fuera posible hacer un viaje en el tiempo, retomar el timón de la existencia y desandar parte de la vida!.”

Era la segunda vez esa noche que añoraba el retorno a otra vida, otro tiempo donde quizás de haber sido posible hubiera modificado. Soledad comenzaba a recuperar el caudal de la cascada de sus lagrimas, por primera vez en años lograba desahogarse, permitiendo que las emociones afloraran y que los recuerdos regresaran vividos. Aun no lo sabía pero sus mejillas estaban surcadas por gruesos ríos de incontenible corriente. Su película comenzaba a rodarse ante sus ojos, en pocos instantes revivió emociones y vibró recuperado su historia. Durante escasos segundos la respiración parecía detenerse, tras los parpados cerrados era evidente el continuo movimiento de sus ojos. Gemidos, llanto, risas todo ello parecía mezclarse en un cóctel peligrosamente explosivo.

            “¡Mamá… déjame ir, por favor!. ¿Quién es? Esa voz… esa niña pequeña de cabellos rizados… ¡soy yo!. ¿Mamá?. Sí es ella, apenas la recuerdo, me abandonó demasiado pronto, Dios la arrebató de ni lado…  era tan bonita. Con su partida probé por primera vez las mieles amargas del abandono. Papá enloqueció entonces  y un día desapareció,  jamás regresó. Era solo una niña de escasos siete años…”

 Bajó la mirada ensombrecida por el dolor, luego volvió el rostro hacia el valle que aparecía tras la cascada. Allí reencontró los frustrados amores de la adolescencia, los sueños rotos de la inminente juventud. Traiciones de las cuales no había vuelto a recuperarse y luego la elevada figura de “él”. Llegaba a su vida con su constante sonrisa, sus suaves cabellos rubios cayendo descuidadamente sobre la frente, sus manos grandes y suaves, sus picarescas pecas que salpicaban su piel… y su inconfundible perfume. Ese perfume exclusivo,  mistura individualizada, rara y extravagante como su personalidad. Una vez más llegaba hasta ella, turbándola, agitando su esencia femenina adormecida por paso de los años yermos. Juntos compartieron años maravillosos, plenos de romanticismo y amor. Un loco y apasionado amor, tan verdadero como prohibido, tan maravilloso como diabólico. El dolor de saberse “la otra” aguijoneo su corazón y acabó destruyendo sus ilusiones. El cansancio y el largo letargo de la espera consumieron el más puro de los sentimientos. Entonces aparecieron devaneos amorosos que solo se convirtieron en  flirteos y, aventuras sin trascendencia. Pero en su intimidad, la soledad seguía siendo su más fiel compañera. Persiguió un sueño imposible de alcanzar, un hogar, una familia y entonces renunció a todo en post de ese sueño largamente acariciado. El hombre equivocado, en el momento equivocado la transformó en el despojo humano que era. Junto a él perdió su personalidad, su auto estima, su amor propio… Mancilló su orgullo y destrozó sus sueños… por eso un día fue ella quien partió. Una tarde, luego de salir de su oficina, deambuló sin saber hacia dónde la encaminaban sus pasos. Cuando quiso darse cuenta se encontraba en los confines de la ciudad. Pasó su primera noche en el duro banco de un parking. Fue su primera noche amparada bajo el cielo cubierto de estrellas. El cansancio y la tensión vencieron sus defensas y el sueño la cubrió con su manto. Muy avanzada la madrugada se despertó sobresaltada con las voces y risas de un grupo de jóvenes que la miraban burlonamente. Un escalofrío recorrió su cuerpo, alertándola de un peligro inminente. Se encontraba paralizada, incapaz de reaccionar,  sin darle tiempo a rebelarse se vio golpeada y violada…  una y otra vez… El jadeo pegajoso de los individuos se pegaba a su piel, mancillando su intimidad. El nauseabundo aliento alcohólico provocaba espasmos en su garganta. Soledad soportó el agravio estoicamente, sin emitir ni un solo grito, ni una sola protesta, sabía que sería en vano. Sus músculos se contrajeron y las lágrimas se evaporaron en las pupilas. El ultraje y el sadismo mancharon su moral al igual que su cuerpo. Acurrucada y lasa permaneció desfallecida en el polvoriento suelo sin saber durante cuánto tiempo. Con la ropa hecha girones logró levantarse antes del amanecer. Sus pies descalzos la llevaron por derroteros desconocidos, caminando entre matorrales y campos agrestes. A partir de ese momento su vida se convirtió el despojo que era en la actualidad.

El destino le había arrebatado todo, estrangulando sus ilusiones hasta asfixiarla. Vivía mendigando, hurgando en los contenedores en busca de comida, o de abrigo. La historia de su vida había sido adversa y ruda, sin tregua. Supo que su familia la buscó durante un tiempo, pero ella no quería regresar. Todo había cambiado en cuestión de segundos… Con el equipaje de sus amargos recuerdos solía recorrer ciudades y pueblos, durmiendo y comiendo donde podía. Aprendió a cuidarse a sí misma, a confiar únicamente en sus instintos y a sobrevivir a la adversidad. Ahora estaba allí, como cada noche, expuesta a lo intempestivo de un presente que poco tenía para ofrecerle. Su espíritu indomable se resistía a doblegarse y claudicar, seguía batallando y sobreviviendo en la selva de cemento de las grandes ciudades. Calladamente, sin sobresalir deambulaba impregnándose del conocimiento del ser humano. Ahora estaba vulnerable en su loco mundo mágico, viviendo una ensoñación que alineaba de luz su alma.

            “¡Cuánta gente… parece una gran manifestación! ¿Dónde estoy?. Pero… si son mis amigos, Juan, Manuel, Lucía… éramos muy unidos en el colegio. Y allá… Roberto, Giselle, Susana, Carlos ¡éramos inseparables en la adolescencia!. Más lejos alcanzo a ver a papá, a la abuela… Todos sonríen, parecen felices. ¿Qué hay cerca de la gran cascada?... ¡Dios mío, me veo a mi misma!. Allí apenas soy un bebé y  junto al balón rojo creo que tenía tres años… ¡Qué bonito el vestido de mis quince años! ¡cuantas ilusiones y cuantos sueños! El día de mi boda… ¡Que extraño presentimiento me impidió disfrutar de ese día tan especial! Parece que estuvieran organizando un cortejo dándome la bienvenida. Ahora veo a mis compañeros de trabajo, mis amigos adultos, todos muy queridos… y aunque no quiera reconocerlo, añorados”

Soledad estaba adormecida, las tinieblas la arrullaban mientras su alma vigorizada se elevaba perdiéndose en el infinito. Sus ojos estaban quietos, su corazón dejó de galopar su alocada carrera mientras de sus resecos labios se escapaba el último suspiro. Evolucionó a una existencia más completa y menos opresiva. Con los albores del nuevo día la encontraron muerta, fría, marchita como lo fue su existencia. Su vida se apagó en soledad, como su vida, como su nombre…  Sin embargo en el firmamento cuando titilan las estrellas recuerdan la viva mirada de una mujer anónima, pero que a pesar de todo y de todos supo plantarle batalla a la adversidad de su destino. En cada amanecer, sobre el horizonte infinito de la creación, junto al astro rey se dibuja la misma sonrisa con la que su vida se extinguió.

 Soledad, la loca fue uno de los millones de personas que deambulan por las calles de la vida, sin ilusiones, sin piel… pero con una su propia historia. ¿Cuántos seres andan su mismo camino?. ¿Cuántos pasan a nuestro lado, golpean a nuestra puerta y muchas veces, demasiadas, las ignoramos…? Con su último suspiro  ahogó el bostezo de la eternidad.

 

 

 EL BOSTEZO DE LA ETERNIDAD
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