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Muchas veces me pregunto porque razón  aquel chiquillo tan alegre como un cascabel que cada día inundaba la calle con sus coloridas canciones y sus risas contagiosas, poseía el don de la magia. Era tan natural e inmaculada en él, que ni siquiera podía decirse que fuera sobrenatural. Su hechizo emanaba del encantador atractivo de su poderosa personalidad.

Cuando nos mudamos a aquel pueblo mis padres y yo, un extraño sentimiento se apoderó de mi alma. Era una inexplicable mezcla de temor a lo nuevo y desconocido, unido al deseo imperioso por encontrar mi sitio.

 Atrás habían quedado los amigos de mi primera infancia, aquellos con los que había compartido horas enteras de diversión y travesuras. Por momentos sentía  una escalofriante incertidumbre por mi futuro. Un pueblo pequeño, en lugar de la gran ciudad que me vio nacer y dar mis primeros pasos, componía mi nueva realidad. Los habitantes parecían más amables y distendidos, y definitivamente era posible algo que en la gran ciudad resultaba prácticamente inverosímil: Respirar a pleno pulmón, ofrecernos un festín para nuestros ojos y sentidos de naturaleza, verde, simple y fresca.  Solía pasarme horas enteras con la nariz aplastada contra los cristales del enorme ventanal del salón. Desde allí tenía una perspectiva total de toda  la calle.

En una fría mañana de invierno, el cielo auguraba una nevada segura, su delicado tapiz era de gris plomo amenazante. Frente a mi veía transitar los vehículos, cuyas ruedas chirriaban en el frío asfalto de la calzada. El viento azotaba con fuerza las débiles ramas de los resecos árboles mustios, arrancando sin piedad las escasas hojas que aun pendían en ellas.

Fue entonces cuando por la vereda de enfrente vi acercarse la figura de un chaval delgado como un junco, iba dando iba dando brincos y saltos cual trapecista. Sus manos sumamente expresivas, parecían hablar por sí mismas. Se lo veía fuerte y rozagante, a pesar de su extrema delgadez.

Una mujer que vivía justo frente a nuestra casa, salió a su encuentro esa mañana  y le entregó unas pocas monedas, con ellas fuertemente apretadas en sus huesudas manos, el niño salió disparado hacia el extremo de la próxima calle. Unos minutos más tarde regresaba cargando un pesado bulto, el cual  picando en el portal de mi vecina depositó en sus manos.

Desde mi escondrijo me pareció ver que además de una cariñosa palmadita en el hombro, recibía en sus manos una recompensa. Con el paso de los días pude ver que esta escena se repetía en casi todas las casas de la calle, fue entonces cuando comprendí que aquel niño se ganaba el pan realizando encargos para todos los vecinos del barrio.

No fue hasta la llegada de la primavera que comenzamos  nuestra amistad, con la llegada de los primeros cálidos rayos solares mi madre comenzó a permitirme salir al portal  a jugar con mi balón de piel. Durante esos años soñaba como todo niño en convertirme en un famoso jugador de futbol. Sin que pudiera evitarlo el balón rodó por la vereda, para luego detenerse en mitad de la calzada. Mis ojos lo miraban aterrados, sabía que cualquier coche podía truncar mis sueños futbolísticos. Ese balón me lo habían dejado los Reyes Magos y por ello era especial. En mi mente martillaban las palabras de advertencia de mis padres que inmovilizaban mis piernas e impedían que saliera disparado en su búsqueda. De repente vi como si de un rayo se tratara la presencia de Cascabelito quien atravesó raudamente la calle, sorteando los vehículos que atinaban pasar en ese momento y con su habitual sonrisa me devolvió mi preciado balón. A partir de ese día nos hicimos inseparables.

 Cuando acababa con las diferentes tareas que le encargaba la vecindad, solíamos encontrarnos en el patio trasero de mi casa. Allí compartíamos juegos y confidencias. Se convirtió en mi amigo más especial, su vida no se parecía en absoluto a la mía. Sin embargo sus carencias materiales y afectivas no habían logrado doblegar su naturaleza franca y alegre.

Una tarde, justo antes de llegar el crepúsculo me enseñó un juego maravilloso, el cual aún a pesar de ser un hombre sigo practicando. Consistía en materializar en la mente aquello que verdaderamente deseáramos y cubrirlo con el color dorado del sol justo antes de ocultarse. Él lo llamaba la magia del atardecer. Años más tarde comprendí que aquella magia sería mi talismán, quien me encumbraría hasta alcanzar mis sueños más preciados.

Otra tarde caminamos tres o cuatro calles hasta llegar a un descampado, allí a escasos metros del río se encontraban los restos de una destartalada casona señorial. Toda ella ofrecía el lamentable espectáculo del abandono y el paso del tiempo. Impresionado continué junto a Cascabelito, no exento de curiosidad y nerviosismo. Sus palabras batallan aun en mi mente:”Este es mi castillo mágico”. ¿Cómo era posible que aquella ruina conformara la realidad de un castillo mágico para mi entrañable amigo?. Nada más lejos de poder entender dado mi raciocinio acostumbrado a vivir en un entorno diferente.

Nada más entrar percibí la frescura y pureza del aire que me rodeaba, tanto mi cuerpo, como mi mente comenzaron a dejarse abandonar por una maravillosa sensación de bienestar y plenitud como nunca antes había experimentado. La tupida y salvaje vegetación crecía libremente en lo que  antiguamente fuera un cuidado jardín. Una indescriptible paleta de brillantes  colores, se daban cita en las diferentes especies de la espesa flora del lugar. Una suave y penetrante fragancia impregnaba nuestra piel. Aquel era el hogar de Cascabelito, allí albergaba decenas de animales abandonados por sus dueños, conformando su familia. Si mi corazón sintió en algún momento pena, ésta fue desterrada instantáneamente al ver resplandecer frente a mí la áurea que cubría la humanidad de mi amigo.

Rodeado de cosas simples, sencillas, puras, vivía una existencia verdadera, alejado del consumismo y del materialismo del mundo actual. Su castillo verdaderamente era mágico, una policromía celestial danzaba alegremente entre los rayos del sol, mientras esperaba ansiosamente la llegada de  la luna que esplendorosa, los perlaba cada noche poseyéndolos en su particular ceremonial.

Era un niño dotado de alas invisibles que lo acercaban al mundo ideal del amor. Abandonado a su suerte fue sorteando a los tumbos las espinas de la vida, quienes no pudieron agriar su noble alma. Me conmoví hasta lo infinito tras conocer su triste historia, pero más aún me estremeció comprobar  lo sobrecogedor que puede resultar corroborar la generosidad de su alma. Una tarde nadando en el río un calambre agarrotó mi pierna, dejándola tiesa. La corriente comenzó a arrastrarme sin que nada pudiera hacer para evitar mi fin. Mientras perdía la conciencia y las fuerzas, mi cuerpo se entumecía de frío. Sabía que nadie podría ayudarme, sin embargo como un relámpago avasallador Cascabelito llegó a mi lado y luchado a brazo partido con la fortaleza del río que amenazaba devorarnos a los dos, logró arrancarme de su lecho y arrastrarme hasta la orilla. Jamás he podido saber de dónde sacó fuerzas, pero gracias a él  regresé a la vida.  La magia de su amor me había salvado, tal como lo hacía con todo aquel que de una manera u otra necesitaba de él. Entregaba amor con sus ojos brillantes, con su sonrisa centelleante, con sus palabras dulces y amables… ¡Así era Cascabelito!, toda su magia nacía del alma y del corazón y armado con ellas era capaz de enfrentarse a los obstáculos más rudos. Su magia lo colmó de bienestar, al punto de encumbrarlo hacia un horizonte sin límites  junto a las aves que surcan los cielos y donde el mar se funde en un abrazo apasionado con el sol naciente de la mañana.

El amor lo acunó mientras cerraba sus parpados coronando sus labios con la inocente sonrisa de la plenitud. El desbastador invierno robó su último aliento, pero su magia coloreo cada rincón de su particular castillo. Su sortilegio seguía intacto, poderoso sosteniendo altivamente el color, el perfume y el cegador brillo de los rayos solares que herían desafiantes las rutilantes pupilas de la vida.

Así lo recuerdo, como un gran mago capaz de hechizar el firmamento con su poderosa e indestructible magia. Su receta es bastante complicada, los ingredientes están a nuestro alcance, pero algunos no podemos verlos, otros los desestimamos y la mayoría los ignoramos o sustituimos por artículos lujosos… Cascabelito sin embargo logró una existencia blanca y pura que supo conducir hacia su entorno. Cada verano visito junto a mi familia su castillo mágico y aún hoy, a pesar de los años puedo sentir su presencia impregnando mi alma y mi espíritu.

CASCABELITO,  LA MAGIA DEL AMOR
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