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Doña Paquita solía recorrer por las mañanas, cada parada del Mercado, siempre ataviada con su resplandeciente sonrisa. La huella de los años podía apreciarse en el pergamino ajado de su rostro. Pero sus grandes y vivaces ojos negros de su tan lejana juventud, seguían potenciando la fructífera vida interior de sus años mozos. Su caminar aún ágil y seguro revelaba un pasado activo. Derrocha simpatía deteniéndose con todo aquel que intercambiaba un amable saludo a su paso.

 Era conocida y respetada por los vecinos más antiguos del barrio por su carisma, el mismo que desde siempre la había caracterizado. Sensible con los más desfavorecidos, consejera noble y desinteresada que le granjeara a la par simpatizantes y adversarios.

Llegó una tarde cuando apenas contaba veinte años, de la mano de Manuel su flamante marido, acompañada con su maleta repleta de sueños e ilusuiones. El amor bailoteaba en lo profundo de su mirada, ante si desafiante aparecía un camino plagado de promesas y esperanzas. De mente abierta y altruista fue ganándose el cariño de sus vecinos. Sus largas jornadas laborables la obligaban a pasar a vuelo de águila por el mercado, su  maratón acababa apenas subir el último peldaño de la escalera del edificio de ladrillo del número 56 de la calle Alcoi, justo en la esquina con Ochoa. Sexto piso sin ascensor hacían latir aceleradamente su corazón, como un relámpago iba ordenando su minúsculo hogar de una sola habitación.

De no haber sido por que Manuel quedara sin trabajo, su vida seguramente hubiera dado un giro diferente, pero la crisis económica que azotara al país fue dejando en el paro a cientos de trabajadores, de los cuales su marido no pudo escapar. Su incesante deambular de obra en obra, junto a la esquiva suerte que lo acompaño lo llevaron a convertirse es un hombre amargado y violento quien solo encontraba consuelo refugiándose en los adormilados brazos del alcohol.

 Paquita se levantaba antes del amanecer, cuando aún la ciudad permanecía en la quietud de la nostálgica noche; un sin fin de tareas la esperaban apenas apoyar sus diminutos pies en el mosaico frio.

Uno de sus sueños quiso hacerse realidad al depositar el puntiagudo pico de una inoportuna cigüeña el anuncio de su  incipiente maternidad. Manuel lejos de compartir la felicidad que ella orgullosamente ostentaba, comenzó a reconcentrarse en sí mismo, a volverse más hosco y agresivo.

Tras los oscuros cristales de unas enormes gafas, acompañadas de dolor y vergüenza oculto el primer morado de su piel... A partir de esa primera vez, ya resulto imposible ponerle freno, meses más tarde un gran charco de sangre dejaba truncado el sueño dorado de su maternidad. El gris en todas sus gamas paso a formar parte de la paleta de su vida, tiñendo su existencia y secando su corazón. El caos de un dantesco  infierno de violencia paso a convertirse en su diario deambular por un mundo que aparecía ante sus ojos mustio y opaco.

Una madrugada el río de sangre llegó con sus aguas al ancho mar de la muerte y tras la mayor golpiza de su vida cayó inerte. Todo se oscureció mientras ante sus ojos aceleradamente pasaba la película de horror que había protagonizado, sus gritos fueron apagándose, hasta que dejo de tener conciencia del mundo, sumergiéndose en las brumas espesas de la inconciencia. Manuel huyó cobardemente dejando tras de sí el cuerpo mutilado de su mujer sin ningún remordimiento, sin un atisbo de compasión. Solo el lastimero quejido que escapaba de los resquebrajados labios de Paquita arrullaba el susurro de la negra noche. Algún vecino solidario fue el responsable de salvar su vida pendiente de un hilo y sumida en una profunda conmoción.

Tras permanecer en cuidados intensivos sin ninguna esperanza de vida, su tesón y su garra a la vida lograron rescatarla del largo túnel que amenazaba con tragarla. Jamás volvió a saber de Manuel, sin embargo ella permaneció fiel a su compromiso y deliberadamente fue eludiendo cualquier acercamiento protagonizado por diferentes picaflores que intentaban florecer su vida.

Nadie recuerda como sucedió pero Doña Francisca, -Paquita para los más allegados- comenzó a reunir en su pequeña casa mujeres provenientes de todo el hemisferio terrestre.-Diferentes culturas, razas y creencias llegaban a su puerta en busca de consuelo, un plato de comida caliente o simplemente el aliento que solo ella sabía entregar. Con el esfuerzo de su trabajo logró mudarse a un piso más grande dentro del mismo edificio y allí monto un taller de pintura, otro de cocina y hasta de idiomas. Su casa estaba siempre abierta a quien llegara hambriento de ayuda. Así nació la Asociación de Amigas las piezas comenzaron a encajar cada cual en su sitio y sentó entonces las bases para el alumbramiento de una sencilla ONG  que comenzaba a dar sus primeros e inseguros pasos en un mundo erosionado por la violencia, el egoísmo, el afán implacable por el poder, el despotismo y la corrupción... todos conformaban la formula letal del presente de la humanidad.

Junto a otras mujeres que en su momento recorrieron el mismo espinoso camino albergó a  madres y a hijos desamparados. Agobiados por el  desconsuelo de un futuro incierto.

 

        DOÑA PAQUITA,
   de profesión mujer.
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